Los procesos son como toda gestación, van de adentro hacia afuera, como una flor que comienza a desplegarse, ocurren en silencio, oscuridad y en un tiempo sin tiempo.
Nos cuesta darnos ese espacio, quizá por que nos asusta no encontrar puntos fijos, no tener de donde tomarse. Ni siquiera es una sensación, un pensamiento, un sentir. Los procesos pareciera que transcurren en otro tiempo, diferente al conocido. Es como el silencio de la profundidad del mar, es ese movimiento lento de los cardúmenes, a su ritmo. Es flotar en el vacío sin conocer que es lo surgirá. Transitar los procesos nos conecta con sentimientos y emociones que muchas veces no dejamos expresar. El tiempo se hace eterno y mientras esto sucede la cotidianeidad continua.
Y es en ese continuo que corremos el riesgo de perdernos, de no poder detenernos a observar que es lo que nos sucede. En ese devenir quedamos atrapados en más de lo mismo y como un frontón, la pelota vuelve a nosotros.
¿Qué nos da temor? Buscamos cambiar y volvemos a lo mismo. Muchas veces creemos que cambiando el entorno se modifica lo interno. Y volvemos al inicio, los procesos son inversos. Nos cuestan, nos confrontan con nuestras sombras. Y quizá esa sea la clave, dar luz a esa oscuridad interior, sumergirnos en comprender, poner el cuerpo, las emociones y los pensamientos ante aquello que se nos presenta.
Amigarnos con el miedo, entregarnos a las circunstancias, detenernos. Darle lugar a lo que sucede porque la resistencia solo hace que persiste el sufrimiento y el dolor.
Animarnos, es decir darnos ánimo, aunque todo este en profunda penumbra, saber que no estamos solos. Que en el entramado misterioso de la vida hay hilos invisibles que nos sostienen, que sólo en el silencio podemos percibirlos, que hay otros que con mucha suavidad acompañan, con gestos, palabras, escuchas. Que lo esencial de la Vida se pone en juego en los procesos, para que cuando llegue el momento, comience el parto hacia un nuevo nacimiento.
Sólo es darnos tiempo…
