En el último mes del año, la aceleración se va contagiando y la sensación de terminar, cerrar, despedir nos aleja de otro modo de transcurrir este tiempo.
Diciembre es el mes de las #fiestas, sin embargo, pocas veces nos detenemos a preguntarnos ¿Qué festejamos? Las calles se decoran diferentes, en muchos hogares se prepara el pesebre y el árbol de #Navidad. Ambas representaciones simbólicas de aquello que queremos re-cordar, celebrar y vivenciar. Año tras año, en este tiempo, se repiten esos ritos que nos conectan con el sentido profundo de estas celebraciones. El pesebre nos recuerda la posibilidad de re-nacer, de volvernos niños, mirar con asombro la Vida, de recuperar la capacidad de #sonreír ante lo nuevo, de amar sin más, de volver a lo simple.
En cada rincón de ese pesebre se unen el cielo y la tierra, la estrella que ilumina el camino, los pastores que guían, los reyes que se abren a la profundidad de un niño. Una madre que sostiene y nutre un padre que los contiene en un abrazo amoroso. El calor de los animales que acobijan y un cielo estrellado que nos recuerda que en la oscuridad de la noche siempre hay pequeñas luces que nos muestran el sendero.
Cada Noche-buena nos invita hacer silencio, el niño duerme, para luego despertar, y volver a dar y darnos, a caminar juntos, ayudarnos a #crecer.
El árbol es la representación de la vida. Sus raíces arraigadas a la tierra y su copa que como una flecha nos indica nuestro norte, el mirar alto, con la estrella que ilumina. Cada fruto, es la cosecha, cada vivencia del año, cada logro, cada momento, las alegrías y tristezas, las pérdidas y las novedades, todas en un mismo símbolo, el árbol.
Que este tiempo que nos queda sea una oportunidad para hacer una #pausa y darnos un tiempo para #agradecer por esta cosecha y compartir con la familia esta nueva celebración de #Vida.