La vida es como una gran orquesta. Cada integrante es una pieza clave, cada uno con su instrumento, propio, y único. Elaborado por personas especializadas que trabajaron en silencio dando forma al material especifico, madera, clavija, cuero, para que el sonido pueda expresarse de la manera más pura. A la vez está quien toca el instrumento, son personas que sienten la música en su interior que trabajan días y días en hacerse uno con el instrumento elegido. También está el director quien conoce a cada integrante, a cada instrumento a la perfección que puede dar las entradas, el continuo y las salidas, a cada momento. Y como en la Vida, son muchas las partituras, todas con diferentes movimientos, expresiones, sonidos. Y así podríamos seguir describiendo una analogía casi perfecta.
Cada persona que transita por esta Vida es un instrumento, está en cada uno reconocer como y cuando dar aquello que resuena en su interior. Quizá, en el recorrido de la vida son diferentes los movimientos que se van sucediendo, y en el continuo aprendizaje el instrumento se va mejorando, afinando, perfeccionando.
En un mundo, cambiante, confuso, donde la #incertidumbre y el #temor pareciera que se ha apoderado de la capacidad de #conectar con la #esencia más profunda del ser humano, con los sentimientos nobles, con la simpleza, con los afectos, con la ternura, es tiempo de preguntarnos ¿qué instrumento quiero ser?
San Francisco de Asís escribió hace muchos años una oración que decía “hazme un instrumento de tu #paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensas, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo unión…”
Tomarnos un tiempo para encontrar la respuesta puede ser el inicio de un nuevo camino, de una nueva mirada en un momento donde el pequeño aporte puede ayudar a reconectar la humanidad compartida.