El proceso de gestación de una nueva vida implica un doble nacimiento, el de hijo y el de la madre. Ese vínculo que se va desarrollado desde el deseo, comienza mucho antes de ser un acto consciente. Se va desplegando en los sueños, en ese hijo
imaginario en esa transformación misteriosa del cuerpo que cambia para alojar una nueva vida. Transformarse en madre se da en ese doble vinculo “materno-filiar” y con cada hijo una nueva versión cobra vida.
Ser mamá es un proceso que se va configurando y desconfigurando en cada etapa de la vida. Comienza en ese abrazo cuerpo a cuerpo, en donde los sentidos van nutriendo el cuerpo y el alma de ese pequeño que esta en pleno despliegue. El tiempo en su silencio más profundo va transcurriendo, dando espacio a esta relación dinámica en continuo cambio y movimiento. Y los hijos crecen, comienzan su camino, sin embargo, ese entretejido amoroso continua en lo profundo de cada uno.
Ser madre implica desarrollar la capacidad de danzar, de moverse, de entrar y salir en el momento justo. Es acompañar el ritmo propio y del otro es desplegar ese amor incondicional que es unidireccional, sabiendo que en cada etapa se nutrirá de diferentes maneras. Ser madre es presencia, distancia y refugio. Es esperar en silencio, es disponibilidad y confianza. Ser madre es ser contenido y continente dando alas para volar, raíces para volver y amor para trascender.
Gracias a mi “mamá” por mostrarme un camino, por aceptar con amor las diferencias, por estar siempre. Gracias a mis hijos por darme la oportunidad de habitar la
maternidad con cada uno de ellos, por enseñarme, por crecer juntos, por verlos desplegar sus propios vidas.
Gracias a mi nieta, por darme la oportunidad de comenzar un nuevo camino, la de ser abuela, un nuevo lugar a des-cubrir . Y en esta danza de hija, madre y abuela se configura la trascendencia y el sentido.